SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Monday, November 30, 2009

LA BARRERA DEL PUDOR

Pablo Simonetti: "Siempre he vivido un poco a la intemperie"
Best-séller en Chile, el escritor dice que su vocación literaria resurgió cuando se reconoció homosexual, pero asegura: "la sociedad chilena no se siente representada en sus ficciones".

Clarin Revista de Cultura lunes 30 de noviembre de 2009

TESTAMENTO DE BEETHOVEN: 332.000 euros

Localización de la tumba: Schubert Park, Viena
Subastan el "segundo testamento de Beethoven" a un precio récord
Pagan 332.000 euros por la carta escrita en 1823 en la que el compositor alemán comunica a su abogado que deja su patrimonio a su sobrino Karl.

Clarin Revista de Cultura lunes 30 de noviembre de 2009

Por: DPA
Una carta de Ludwig van Beethoven fue subastada en Basilea por la suma récord de 500.000 francos suizos ( 332.000 euros ), informó la firma J.F. Stargadt en Berlín. Un coleccionista privado alemán vendió la carta del año 1823 , en la que Beethoven escribe a su abogado que deja su patrimonio a su sobrino Karl. El llamado segundo testamento, valuado en 180.000 francos (120.000 euros) alcanzó el "récord mundial" para una carta de Beethoven. Sin embargo, no es la última voluntad definitiva del compositor, que vivió de 1770 a 1827. Otras adquisiciones Un instituto alemán compró además por 75.000 francos (50.000 euros) un fragmento de carta en latín de Martín Lutero de 1517. Una colección privada suiza adquirió una carta de Franz Kafka a Max Brod por 125.000 francos (83.000 euros).

MANUSCRITO DE KAFKA


Hallan un nuevo manuscrito de Kafka
El descubrimiento fue revelado recientemente por el diario alemán "Die Zeit", que sugiere que la caja fuerte podría contener la carta que Kafka escribió en 1919 a su autoritario padre para reprocharle el estricto y distante trato que le dio, junto con dibujos y diarios personales.

Clarin Revista de Cultura jueves 26 de noviembre de 2009
La odisea de ambiciones y traiciones que ha revelado la disputa por el legado de Franz Kafka (1883-1924) ha dado un nuevo giro con el hallazgo de una caja fuerte en Zúrich, que puede cambiar la suerte de los demandantes israelíes en el caso.

"Pensamos que en Zúrich están los documentos más importantes y por eso fueron sacados de Israel de forma clandestina, vulnerando la ley", afirmó a Efe el abogado de la Biblioteca Nacional de Israel, Meir Heller, que lucha en un "kafkiano" proceso judicial por el legado de uno de los escritores más importantes del siglo XX.

Pese a no ser un texto literario, la misiva está considerada una de las cumbres de la escritura de Kafka y su venta en una subasta alcanzaría, con toda seguridad, cifras de muchos dígitos.

No es ése el destino que el autor de "El proceso" o "La metamorfosis" y su gran amigo, el agente literario Max Brod, querrían para sus manuscritos, pero sus últimas voluntades no se han cumplido hasta ahora.La historia ha sido bien distinta desde que Kafka murió en 1924, sin pena ni gloria y tras publicar apenas unos cuantos textos menores.

En su testamento, Kafka pedía a Brod que quemase todos sus manuscritos, algo que éste desobedeció para beneficio de la literatura universal.

En 1939, Brod -judío, como Kafka- abandonó Praga de forma apresurada, huyendo de las tropas de Hitler, para establecerse en Tel Aviv, con una maleta repleta de novelas, borradores, dibujos y cartas originales de su amigo y tres años después contrató a Esther Hoffe para gestionar esos documentos.

Brod murió en 1968 tras donar a la Universidad de Oxford los manuscritos de "América" y "El castillo", destacadas obras de Kafka.

En su testamento dejó la gestión del resto de preciados papeles a Hoffe, pero con una clara condición: que fuesen entregados a "la Biblioteca Nacional de Jerusalén, la Biblioteca Municipal de Tel Aviv u otro archivo público en Israel o el extranjero".

"Brod nunca vendió una sola obra de Kafka porque era un anticapitalista convencido y admiraba a su amigo de una forma imposible de describir. Antes incluso de que Kafka muriera, Brod buscaba en las papeleras para rescatar los textos que éste tiraba", explicó a Efe Nurit Pegui, investigadora de la Universidad de Haifa enfrascada en una tesis doctoral sobre Brod.Hoffe, en cambio, se hizo millonaria con la venta del original de "El proceso" (hoy en el Archivo de Literatura Alemana de Marbach), vulneró un contrato con las autoridades israelíes para fotocopiar el legado y cobró una jugosa suma a una editorial suiza a cambio de unos diarios de Brod que nunca entregó.

"Sí, Kafka se revolvería en la tumba si supiera cómo han acabado sus manuscritos, Brod, con lo anticapitalista que era, lo haría aún más", apunta Heller entre risas.Hoffe murió hace dos años y dividió el legado entre sus dos hijas, las hoy ancianas Ruth y Eva, únicos conocedoras (junto con unos albaceas) del tesoro literario que esconden cinco cajas fuertes en Tel Aviv y la recientemente descubierta en Zúrich.

El Tribunal de Distrito de Tel Aviv acoge un juicio por la propiedad de los manuscritos, en el que la Biblioteca Nacional de Israel defiende su derecho a los originales desde un punto de vista legal -"no aparecemos primeros en las preferencias del testamento por causalidad", argumenta su abogado- y otro ético: llevar al Estado judío los papeles de un sionista convencido como Brod.

El descubrimiento de la caja fuerte de Zúrich, propiedad de Eva Hoffe, es una arma de doble filo para la biblioteca israelí en un litigio legal que ha dejado sesiones a puerta cerrada repletas de gritos y amenazas.De momento, se esperan para diciembre y enero nuevas vistas en este zigzagueante proceso repleto de sorpresas en el que se decidirá el destino del legado del literato que plasmó como nadie las angustias del hombre moderno.

Fuente: EFE

LA BARRERA DEL PUDOR


Pablo Simonetti: "Siempre he vivido un poco a la intemperie"
Best-séller en Chile, el escritor dice que su vocación literaria resurgió cuando se reconoció homosexual, pero asegura: "la sociedad chilena no se siente representada en sus ficciones".
Clarin Revista de Cultura Lunes 30 de noviembre de 2009

Por: Guido Carelli Lynch
'DE INGENIERO CIVIL A ESCRITOR. Desde 1996, el autor chileno se dedica a la literatura. Uno, dos, tres flashes. Son suficientes. No los aguanta, no los resiste y se termina la película genuina del escritor seguro. Otro flash. Pablo Simonetti aguanta con hidalguía, pero ya no quedan rastros de su invulnerabilidad amable; ahora estoica. Posa y accede resignado a los pedidos del fotógrafo de Ñ. Distinto sonaba minutos antes cuando reflexionaba sobre la cir­cunstancia de ser literalmente el autor más vendido en Chile, su país, donde desplazó de los ran­kings de venta ni más ni menos que a su compatriota Isabel Allen­de. "A mí eso me hace sentir bien, me sorprende mucho. El título, el tema de la novela: hay una serie de cosas que contribuyeron, pero me extraña igualmente porque no es una novela que tenga una vo­luntad masiva, no está escrita con una fórmula bestsellérica ; no es rosa de suspenso ni de vampiros, ni histórica: no es un género que esté de moda", explica o se defien­de. Su novela La barrera del pudor (Norma), de cualquier manera se ocupa principalmente (entre otras cosas y sin demasiadas elipsis) del tema que más vende, que más ob­sesiona o afecta a cualquier ser humano: la sexualidad. "Lo prin­cipal en el libro ha sido el tema de la sexualidad femenina en la pa­reja", sentencia para resumir las andanzas del matrimonio entre Amelia –arquitecta y narradora–, y Ezequiel –crítico y sutil vengan­za de Simonetti–, para resucitar y reconocer otra vez la intimidad y el deseo extraviado. Pero lleva bien Simonetti esto de vender, a pesar de las etiquetas de la prensa, del mercado y de la sociedad en general, esas lo estig­matizaron durante toda su vida, porque Pablo Simonetti siempre experimentó la desagradable sen­sación de no pertenecer. "Yo siem­pre fui diferente, desde niño. Se suponía que yo tenía que ser un ingeniero heterosexual, católico, de centro o de derecha. Y no soy ninguna de esas cosas. Para toda esa gente yo soy como un descas­tado, ¿no? Entonces, también, de parte de ese mundo he recibido rechazo. Pero ahora me convier­to en gay y resulta que soy un gay importado. Hay una mujer que ha dicho que yo represento una especie de modelo homosexual norteamericano, que no tiene que ver con nuestra cultura, que el ver­dadero homosexual en Chile es la loca, que representa Pedro Leme­bel. Y que soy ABC1. Resulta que para los ABC1 yo soy comunista y para los comunistas yo soy ABC1. Siempre he vivido un poco a la intemperie", responde Simonet­ti cuando Ñ lo indaga acerca del peso de los adjetivos con los que la sociedad chilena una y otra vez lo ha anclado y clasificado. Simo­netti, lejos y antes de los flashes, hincha el pecho y advierte: "Siem­pre soy carne de cañón. Y eso lo único bueno que tiene es que me da mucha libertad al momento de escribir. No me atrapa dentro de camarillas ni en grupos de poder ni en grupos de pertenencia, a los cuales yo tenga que brindarles pleitesía", dice. De ingeniero heterosexual y de familia conservadora a escritor gay y de izquierda. Un péndulo del que no cualquiera sale indemne, y del que Simonetti logró emer­ger airoso. Sin embargo, no fue del todo sencillo. "Hubo momen­tos durante mi proceso literario en los que yo estaba temeroso y replegado con respecto a la vida y que no me atrevía a arriesgarme. Por eso escribía una novela, llega­ba a la página 100 y la botaba, así fue más de una vez". ¿Y cuándo se produjo en usted el cambio? El reconocerme como homo­sexual frente a mi mundo sig­nificó que mi vocación literaria –sumergida desde la adolescen­cia– volviera a resurgir. Yo había seguido el camino del hombre que se suponía que debía ser: ingeniero, hijo de mi padre in­dustrial, listo para trabajar en su fábrica, para casarme, tener hijos, darle nietos, y seguir viviendo dentro de un mundo que te entre­gaba sus armas, sus blasones, sus redes y su protección. Al renun­ciar a eso, en el instante en que te reconoces gay, claro, quedas solo, pero la idea de ti mismo se forta­lece. A los dos días que dije "mi­ren, soy gay", ya estaba diciendo quiero escribir. No sabía por qué lo había olvidado. Con el paso del tiempo, cuando publiqué Vidas vulnerables , mi madre me regaló todo lo que había acumulado de mí hasta los 10 o 12 años. Creo que esas novelas que nunca ter­miné las estaba escribiendo para otro, para la aceptación de otro. En cambio, Madre que estás en los cielos la escribí para mí, por una motivación irrefrenable, sen­tía que me la debía a mí mismo, y que había mucho de mí en ella. No respondía a una expectativa de la novela que yo debía escribir. Y así han sido las tres novelas. Eso creo que es lo que me liberó. Hay que tener un poco fe en ti mismo y no estar pensando en qué solu­ción le gustará a la crítica o a tus amigos o a tu maestro. ¿Chile ya no es más el país pa­cato y conservador que era? La sociedad chilena hoy clara­mente no se siente representa­da en sus ficciones, y sobre todo no se siente representada en la ficción que la política y la moral imperante hacen de ella. Cuando tú escuchas hablar a nuestros po­líticos y líderes, la sensación que te da es que están hablando de un país diferente al que nos toca vi­vir. A veces hablan sobre los gays como si fuéramos una especie de alienígenas. Y la realidad social creo que está mucho más avanza­da. La visibilidad gay ha aumen­tado enormemente, los hijos gays se salen del closet mucho antes, de familias conservadoras, no conservadoras, pobres o ricas. Lo mismo ocurre con la mujer, su in­dependencia, su lugar en la pareja y su sexualidad, que ya es tema. Novelas como ésta son leídas por señoras de 90 años. A pesar de Simonetti y de la apertura, el escudo chileno sigue rezando "Por la razón o la fuerza" y Sebastián Piñera, un exponente de la derecha es el principal can­didato a acceder a la presidencia. Sin embargo, este admirador de Henry Miller, no pierde la espe­ranza: "El 50% de los chilenos son progresistas", insiste. La aceptación de Gabriela Mis­tral como lesbiana es reflejo de esa apertura. Ahora fíjate que yo creo que la situación de las mujeres lesbianas en Chile todavía es una situación desmadrada, porque en la pre­sentación del epistolario hubo 4 especialistas mistralianos y ha­blaron cada uno de la belleza de las cartas, de la intensidad, de la experiencia amorosa, del caudal poético de Mistral, pero ningu­no nunca mencionó la palabra lesbiana, o la palabra lésbico, o la palabra sáfico. O sea, todavía la palabra "lesbiana" sigue siendo como una palabrota en Chile. Y una de las cosas que yo decía es que me alegro de poder decir, sin la carga peyorativa que tenía hasta ahora, es que la mujer que está en los billetes de cinco mil pesos es una mujer lesbiana. Un rasgo diferente de su no­vela es la incorporación de In­ternet y el chat como medio de comunicación y de relación. No es habitual... Yo lo incorporé, porque me pa­rece que Internet y el chat han al­terado por completo las formas y los ritos del cortejo, e incluso del amor. Produce que haya perso­nas, como Ezequiel, que viven en la virtualidad, que se convierten en personas virtuales y viven re­laciones virtuales, pero que no se involucran con la vida. Pero tam­bién hay personas como Amelia, que va, que busca y que encuentra en Internet un medio para llegar a una experiencia real.

HUGO LLANOS MANSILLA




Teoría y Práctica del Derecho Internacional Público - Tomo 1, Sep 30, 2009
HUGO LLANOS MANSILLA


4ta. Edición 2009, 652 páginas


Editorial Juridica de Chile


Formato: 15 x 23 cm


Encuadernación: Rústica


ISBN: 956-10-1959-0


Contenido:


Derecho Internacional Público, definición y breve reseña histórica; Concepto; Fundamentos; Fuentes formales del Derecho Internacional. Tratados: Definición; Clasificación; Estructura de un contrato solemne; Procedimiento para la conclusión de los tratados solemnes; Sistemas constitucionales de ratificación de los tratados; Entrada en vigencia; Las reservas; Aplicación; Interpretación; Aplicación de tratados sucesivos concernientes a la misma materia; Revisión o enmienda de los tratados; Validez; Terminación. La costumbre internacional: La práctica, la opinio iuris. Los principios generales del derecho. Las decisiones judiciales. La doctrina. La equidad-EX AEQUO ET BONO. Los actos unilaterales de los Estados. La legislación internacional.



Hugo Llanos Mansilla : Miembro de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya. Profesor de Derecho Internacional Público en las Facultades de Derecho de la Universidad Bernardo O'Higgins, Central de Chile y Pontificia Universidad Católica de Chile.


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FRANCISCO FRANCO EN PANTUFLAS


La Vida Privada de Franco

Autor: Juan Cobos Arévalo
Precio final: 14,50€
LA VIDA PRIVADA DE FRANCO Autor: Juan Cobos Arévalo

Sobre Francisco Franco se ha escrito mucho. Historiadores, periodistas y sociólogos han vertido en torno a su figura ríos de tinta, que glosan su ejecutoria como Jefe de Estado desde los más dispares puntos de vista. Sin embargo, el análisis de los hechos que jalonan su Dictadura adolece de una carencia: el retrato humano realizado a partir del testimonio de los más cercanos, de quienes compartían el día a día cotidiano del personaje histórico, odiado y ensalzado por unos y otros. Esta es la principal y gran aportación de este libro. Su autor fue durante años el servidor más cercano al dictador, la persona encargada -entre otras funciones- de disponer todo lo relativo a la capilla privada de Franco, y como tal, testigo de infinidad de anécdotas y aconteceres que, a pesar del ingente esfuerzo de los eruditos, permanecían hasta hoy ocultos al conocimiento público. Juan Cobos Arévalo brinda así un documento de incalculable valor y amenidad, imprescindible para todos aquellos que quieren indagar bajo la frialdad de los datos históricos. Personajes sobradamente conocidos figuran en sus páginas, al igual que abundante documentación que nos muestra la cara más desconocida de uno de los personajes que, al margen de ideologías concretas, forma parte ineludible del pasado reciente de este país.


El jarote Juan Cobos publica 'La vida privada de Franco'

Escrito por Beatriz Miranda

DIARIO EL MUNDO Lunes 16 de Noviembre de 2009 11:40

Las paredes no oyen. ¿O sí? Creía el caudillo que esas estatuas que convivían con él en el Palacio del Pardo en calidad de servicio doméstico guardarían para siempre los secretos de su intimidad. Lo que jamás imaginó es que, 34 años después de su muerte, los labios de estos fieles vasallos dejarían de estar sellados. El jarote, Juan Cobos Arévalo, mayordomo del dictador durante la última etapa al frente de España, lo cuenta todo en un libro a la venta a partir del 20-N sobre los detalles de La vida privada de Franco -el título de la editorial Almuzara-. Detalles que retratan los delirios de grandeza de una saga que se creía custodia de una nación pero que también cometió sus renuncios. Cobos, de 61 años, no era sólo quien servía la mesa o preparaba el reclinatorio de la capilla. Sus Excelencias en la residencia oficial. También era quien le abría la puerta del palacio a Ana Obregón en sus encuentros con Francis, el nieto mayor. «Va a venir la señorita Obregón. La pasa usted a mi dormitorio», le decía el joven al siervo con frecuencia. La pareja se veía en una sala con un recorrido histórico a la altura de la ilustre invitada, ya entonces en todas las salsas. «Esa habitación fue el despacho de Eva Perón y Abdullah de Jordania durante su estancia en España», recuerda. Desde 1969 hasta 1975, Cobos fue cómplice, que no partícipe, de la gélida rutina de un matrimonio que se vendía como paradigma de la estabilidad. «El dictador estaba colocado en tal pedestal que era Franco las 24 horas del día. Jamás hablaba de lo mundano. Se ponía la misma muralla frente a su familia que frente a cualquier ministro», sostiene. En esas eternas comidas que Carmen Polo y él siempre compartían con otras personas, era ella quien dirigía la conversación. «Él veía, oía y callaba. Había un mutismo total por su parte, pero se enteraba de todo. El silencio era su arma, así dejaba o no dejaba hacer. Nunca dijo nada de la pelea entre el marqués de Villaverde y su médico personal».


DELIRIOS DE GRANDEZA

Cobos sostiene que las conocidas ansias de los Franco por pertenecer a la realeza provenían directamente del matriarcado: «No noté que él quisiera poner a Carmen Martínez-Bordiú en la Zarzuela, pero nunca impidió que en el palacio se tratara de Altezas a los duques de Cádiz. En alguna ocasión, la abuela llegó a hacerle una reverencia a su nieta». Sometido a unas férreas instrucciones, los criados de los Franco jamás pillaron al dictador en un requiebro. «Debíamos anticiparnos a sus necesidades y hacernos los tontos. El "por favor" y el "gracias" no estaba en su vocabulario ni en el de su familia. Jamás me atreví a felicitarle por Navidad». Las exigencias de Franco empezaban por sí mismo. Su extrema disciplina se extendía, incluso, al control de sus esfínteres: «En los descansos de los consejos de ministros, los miembros iban al baño, pero él jamás». Eran muy pocos los que tenían confianza con el Generalísimo, a excepción de las mujeres de la casa y algún familiar excéntrico que se permitía ese lujo. Gonzalo de Borbón, por ejemplo, hizo alarde de su educación en una visita contando que había conocido a una joven que, cuando se la llevó a un hotel «resultó ser un tío». Franco se limitó a mirarle friamente. La muerte del dictador tampoco está exenta de anécdotas en la memoria del mayordomo. Cobos revela que Carmen madre e hija no renunciaron a su sesión de cine semanal en palacio los días previos al fallecimiento del caudillo, ya ingresado. Es más, rehuyeron con ayuda del servicio una visita protocolaria de consuelo a la familia para no perderse la película. «Nos sentó fatal», sentencia.

PACHECO GANA EL CERVANTES, PARRA DEBERA ESPERAR




ELPAIS.com Cultura
El mexicano José Emilio Pacheco gana el Cervantes
El ministerio de Cultura reconoce al escritor mexicano como un autor en cuya obra está presente el idioma entero

AGENCIAS - Madrid - 30/11/2009
El poeta y ensayista mexicano José Emilio Pacheco ha obtenido hoy el Premio Cervantes 2009. La ministra de Cultura, Angeles González-Sinde, ha anunciado el fallo de este galardón que concede anualmente el Ministerio de Cultura y dotado con 125.000 euros.
Un poeta, un sabio
La curiosidad del poeta
El significado último de una imagen
Relación de galardonados
1976 Jorge Guillén
1977 Alejo Carpentier
1978 Dámaso Alonso
1979 Jorge Luis Borges - Gerardo Diego
1980 Juan Carlos Onetti
1981 Octavio Paz
1982 Luis Rosales
1983 Rafael Alberti
1984 Ernesto Sábato
1985 Gonzalo Torrente Ballester
1986 Antonio Buero Vallejo
1987 Carlos Fuentes
1988 Maria Zambrano
1989 Augusto Roa Bastos
1990 Adolfo Bioy Casares
1991 Francisco Ayala
1992 Dulce María Loynaz
1993 Miguel Delibes
1994 Mario Vargas Llosa
1995 Camilo José Cela
1996 José García Nieto
1997 Guillermo Cabrera Infante
1998 José Hierro
1999 Jorge Edwards
2000 Francisco Umbral
2001 Álvaro Mutis
2002 José Jiménez Lozano
2003 Gonzalo Rojas
2004 Rafael Sánchez Ferlosio
2005 Sergio Pitol
2006 Antonio Gamoneda
2007 Juan Gelman
2008 Juan Marsé

Elogio al jabón
DOCUMENTO (PDF - 26,74Kb) - 09-10-2009
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Pacheco se considera a sí mismo "un observador consternado, que opta por la cobardía ante los acontecimientos en su país y en el mundo", como señaló en junio de este año al ser homenajeado en su 70 cumpleaños. El autor mexicano afirma que escribir poesía "es una forma de resistencia contra la barbarie" misma que encuentra a diario en una Ciudad de México que es un lugar inhóspito, la perfecta desconocida, como recoge el título A la extranjera de su poemario La edad de las tinieblas (2009). "Nací en un lugar que se llamaba como éste y ocupaba su espacio. Ahora también en mi suelo natal soy extranjero en tierra extraña. Ya no conozco a nadie ni reconozco nada", asegura.
José Emilio Pacheco nació en Ciudad de México en junio de 1939. Además de poeta y prosista se ha consagrado también como traductor, trabajando como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Ha sido también docente universitario e investigdor.
De su obra poética se destacan: Los elementos de la noche en 1963, El reposo del fuego en 1966, No me preguntes cómo pasa el tiempo en 1969, Irás y no volverás en 1973, Islas a la deriva en 1976, Desde entonces en 1980, Trabajos en el mar en 1983 y El silencio de la luna.
Con motivo de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía este mismo año , dijo que se consideraba "un pesimista, al tiempo que vitalista", preocupado por la condición humana, que luego vuelca en su poesía, sus narraciones y sus ensayos. "Escribo sobre lo que veo -argumentó- y lo que veo no es para sentirse optimista. Ahora hay un nuevo matiz que no existía antes, una crueldad nueva", aseguró.
Al respecto se refirió a la violencia que se vive en México, que se ha recrudecido en los últimos años en una guerra que ya no respeta normas ni a las familias de los actores de la misma."Ahora aparecen los niños quemados vivos o un hombre decapitado al que le sacan los ojos, es monstruoso. Es de una impotencia terrible, yo creo que no soy pesimista, que con los seres humanos me quedé corto", dijo al respecto.
Aparte del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009), otros galardones que ha recibido son el Premio Nacional de Periodismo Literario (1980); Premio Nacional a la trayectoria ensayística Malcolm Lowry (1991); Premio Nacional de Lingüística y Literatura (1992); el Iberoamericano de Letras José Donoso (2001); Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2003).

Composición del jurado
El jurado ha estado presidido por José Antonio Pascual, representante de la Real Academia Española y formado por: Jaime Labastida, representante de la Academia Mexicana de la Lengua; Luis García Montero, propuesto por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas; María Agueda Méndez, por la Unión de Universidades de América Latina; Soledad Puértolas, por la directora del Instituto Cervantes; Almudena Grandes, por la ministra de Cultura; Pedro García Cuartango, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España; Ana Villarreal, por la Federación Latinoamericana de Periodistas; David Gíes, por la Asociación Internacional de Hispanistas; y Juan Gelman, autor galardonado en la edición 2007. Como secretario ha ejercido Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas y como secretaria de actas, Mónica Fernández, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas.

Fielding Dupuy investiga a Rockwell Kent en Chile.



Fielding Dupuy - el norteamericano que esta tratando de hacer el mismo recorrido - en 1922 - del famoso escritor y pintor Rockwell Kent de Estados Unidos de America, y que publicara su hermoso libro: "Voyaging: Southward from the Strait of Magellan".
EZEQUIEL LIRA




Artículos de Fielding Dupuy en relación con su investigación sobre el viaje de Rockwell Kent en tierras magallánicas:
:



When he returned to New York from Punta Arenas, Chile in 1923 the painter, Rockwell Kent, brought back 20 incomplete canvases and scores of drawings from seven months spent in Tierra del Fuego.
Once completed, the paintings were quickly acknowledged to be among the most striking landscapes ever produced by an American artist. (One of my favorites, "Admiralty Sound, Tierra del Fuego", now at the Hermitage Museum.) The drawings, powerfully evocative black and white line images, illustrate Kent’s book, Voyaging: Southward from the Strait of Magellan, an account of his travels that became a best-seller and remains a popular work with collectors today.
One painting Kent produced while in the region, however, did not come back to New York with him. That work was not a landscape—although the Fuegian Andes do appear in the background—but instead a portrait, a portrait not of a person but of a beloved vessel, the three-masted schooner, Sara. Kent’s portrait of the Sara was the only one of his paintings, to my knowledge, he left in Tierra del Fuego. It may well also be the only one he fully completed there. The painting was done in exchange for repairs to Kent’s own boat, the Kathleen, which almost sank his first day out from Punta Arenas.
Kent’s half-baked plan when he departed New York in June 1922 was to travel to Punta Arenas and there somehow—he was not yet famous and had no money—procure a boat and sail it westward through the Strait of Magellan, around Tierra del Fuego and Cape Horn, and then back to Punta Arenas. Upon arrival he managed to get hold of a lifeboat from one of the many abandoned hulks rotting in the harbor at Punta Arenas. One of the vessels there at that time, dismasted and forgotten, was the South Street Seaport Museum’s own ship Wavertree. She had been towed to Punta Arenas in 1911 after being dismasted in a storm off Cape Horn. Alas, it was from another vessel that Kent swiped the lifeboat.
The lifeboat was quickly decked over, a keel added, mast and rigging raised and turned into a 26’ sloop he christened the Kathleen, after the wife he left behind in New York. It was a masterful conversion but done too hastily, apparently. Several hours after casting off, the boat started taking on so much water Kent feared she would sink. Kent decided to put into Port Harris on Dawson Island, where he knew there was a sawmill and shipyard. It was quickly determined Kathleen would need extensive repairs if she was to make it to the Horn and back. Kent had no money for repairs but in exchange he offered to paint a portrait for the mill manager of the schooner Sara.
The Sara elicited bittersweet pride in Port Harris. She had been built there just a few years earlier, in 1919, the largest ever built in Chile at the time. She was likely built for Sara Braun, a wealthy entrepreneur, to haul wool from her extensive sheep estancias to market (see Sara Braun’s mansion in Punta Arenas as it appears today, at left). I say “likely” because the records are scanty and my Spanish scantier still. But I am allowing myself the conjecture because the dates are right, the spelling of Sara is right, and wool figures prominently in the short life of the Sara.
Just three years after her launch, Sara caught fire and sank. Her cargo? Wool. She went down without loss of life in February 1922, the same year Rockwell Kent found himself stranded in the little mill town of her birth. The emotions in Port Harris were still raw over the loss of their pride and joy so the offer, by a real artist, to preserve her memory on canvas was gladly accepted. “Dawson lived upon the memory of Sara,” wrote Kent. “And that time might never dim for them the recollection of her glory I would paint her portrait.” While the shipwrights worked on Kathleen, Kent worked on Sara. He worked from photographs and plans and from the vivid, loving recollections of the men who had built her.
While Kent was fiercely proud of the lines of his own boat, he was not terribly complementary of the Sara. In his journal he calls her “huge, clumsy, hideous” but also “tenderly loved” and “a triumph of construction.” Of course, he kept these views out of his book, perhaps in grateful respect to the many Chilenos so helpful to him throughout his trip. Instead, in the book he refers to Sara as Chile’s Great Eastern. This is still a backhanded compliment; the Great Eastern was an ugly, six-masted monster built in London in 1858. But, to the casual reader, Kent would appear to be comparing the vessels in their size and the accomplishement of their construction rather than commenting on aesthetics. Being more charitable, I prefer to compare Sara not to the Great Eastern but to the Great Republic, a lovely clipper ship built in Boston in 1853 and which, like the Sara, saw her life cut short by fire. Sara lasted three years before being consumed; the Great Republic (right, below) burned the very month of her maiden voyage. She burned to the waterline in New York on December 27th, 1853 in a fire that started on land, in a bakery located on the very block in which I write these words. When Kent was finished with his protrait of the Sara he presented it to Senor Marcou, the manager of the mill and the man who had not only authorized the repairs to the Kathleen but befriended Kent during the weeks he was marooned on Dawson Island. Marcou was so taken by the painting he decided to hang it in his bedroom where he could admire it every day. Word of the painting had spread far on the island and Marcou believed his heavily-armed bedroom was the safest place for it. So fierce was his pride in possessing the painting he asked Kent to write a letter attesting the work had been given to Marcou himself and no one else, not the company, not the board of directors, not the designers of the vessel.Imagine my astonishment, then, to find the painting, eighty six years later, not on Dawson Island or in a museum in Punta Arenas or Valparaiso but in a gallery in New York City. I immediately made an appointment to view the painting, now called "The Sara at Dawson Island". It was much larger than I was expecting and in-person you can properly take in the detail. This was no gauzy, impressionistic canvas. It was meant to be a portrait in the most complete sense of the word, a portrait destined for a lover with every detail of the beloved captured and preserved. And Kent delivers that detail. “…I began upon such an elaboration of details as only the…all-cherishing memories of the ship’s creators could have suggested…” In the painting you can see every line, every block, every reefing nettle. I can imagine Senior Marcou looking lovingly at his Sara each night before bed. Kent doesn’t say if Marcou was married, but if so, I can imagine his wife’s jealousy.
Kent describes his painting thus, “Upon a dark green sea, against a background of the gleaming snow peaks of Dawson and a thunder dark sky, I put her, sailing, all sails set, before the wind; and in the foreground, heedless of anachronism, appeared the little Kathleen.” Yes, in a final bit of conceit, Kent—betraying his habit of self-promotion—inserts himself into the painting, at the helm of the Kathleen, a tiny Stars and Stripes flying in friendly salute to the pride of Chile’s merchant fleet.
How did this painting, born in the furthest southern reaches of the hemisphere, make its way from under lock and key in Senior Marcou’s bedroom to a sleek Fifth Avenue gallery? The records are unclear. The current owner of the work, D. Wigmore Gallery has no record of its provenance and Christie’s, which sold the work in 1997, could not disclose how, or even when the work made its way to the United States.
Marcou was just 35 when Kent met him so any children he might have had may yet be alive today living out their remaining years in or around Punta Arenas. Certainly any grandchildren might be alive. Kent’s diaries and letters make no mention of any future contact with Marcou. Although he liked and admired the man, there was apparently no correspondence between them. This is particularly surprising because Kent kept in touch with others he met there and, without Marcou’s generosity, Kent’s travels in Tierra del Fuego would have ended almost before they began, and the art he produced there and the book that propelled his fame would never have seen the light of day.
So, what happened? Was the work stolen, as Senior Marcou had feared? Did he give it to one of his heirs who then cashed in on Kent’s fame? Or did some enterprising collector, reading about the painting in Kent’s book go to Tierra del Fuego to seek out Marcou and make him an offer? By the 1930s, Rockwell Kent was arguably America’s most famous artist. The hard dollars a collector would have offered could have gone a long way to making Marcou's life significantly more comfortable. But the mystery remains. Just how did this painting make its way those 9,000 miles from Tierra del Fuego to the island of Manhattan?
I intend to keep searching but, for now, I’ve reached a dead end. All I can do is admire the picture I have of the Sara and hope to learn more once I get to Punta Arenas and Dawson Island.


The Road to Fagnano
Fielding Dupuy
At the top of the second range of mountains the lake finally came into view, an inverted triangle of pale blue twinkling amidst the green and white and grays of the forested mountains outlining its edges. “There it is,” I said to myself. “Fagnano.” I depressed the brake pedal and the wheels of my rental car skidded a bit on the gravel. I didn’t pull over. No need. I hadn’t seen another vehicle in over an hour, and no more than half a dozen all day. Besides, the road, bounded by rock on one side and a steep drop on the other, was too narrow for pulling over.
Now, nearing noon, after five hours of driving, I was finally in sight of Lago Fagnano. The lake is long and narrow, hemmed in by mountains perpetually topped with snow. It stretches east to west for 70 miles, more than half the width of Tierra del Fuego. Four-fifths of the lake is in Argentina, the remainder lies in Chile. The lake is pristine. It is fed by glaciers on its western side and these give much of the lake a milky, turquoise color. Only at the very eastern end of the lake do the surrounding mountains diminish. There they finally sink into rolling hills that foretell the endless brown grasslands of the pampas just beyond.To the native Selk’nam (also called Ona) the lake was sacred. They called it Kami which, according to one source, means great waters. But the holy lake had neither the power to hold its original name nor protect the people who worshiped it; the Selk’nam were wiped out by the ranchers who coveted their lands and by the missionaries who coveted their souls. But there must have been some sorcery in the lake. How else could a body of water this large have remained hidden from the whites as long as it did? The town of Ushuaia, settled in 1871, lies just over the mountains to the south, not 15 miles as the crow flies. The first permanent settlement in the region, Punta Arenas, dates back to 1848 and just ten miles or so to the west of the lake is Admiralty Sound, an arm of the Strait of Magellan that had been visited by mariners for centuries. And yet the lake was not seen by whites until 1890.In that year a joint Chilean/Argentine hydrographic team – in a rare display of amity between those countries -- finally discovered the lake. They named it Fagnano, in honor of Monsignor Jose Fagnano, one of the pioneering missionaries of the Salesian Order, recently arrived to evangelize among the natives of Tierra del Fuego.The Salesian Order was founded in Italy by Don Bosco, later Saint Giovanni Bosco (right). Don Bosco (1815-1888) was a man prone to dreams. In one of his earliest a voice provided the inspiration for the order’s pedagogy: "Not with blows, but with charity and gentleness must you draw these friends to the path of virtue." With those words his order grew, and grew rapidly, but nowhere would it have more impact than in Patagonia. Even today it is difficult to overestimate the role of the Salesian Order in the region.
A much later dream, around 1876, would provide the impetus for the Salesian move into Patagonia and Tierra del Fuego. In recounting this dream, Don Bosco describes having seen “an immense plain” confined by “abrupt mountains.” On that plain he saw natives fighting against Europeans. “I trembled before such a spectacle,” he claimed. Then his dream foretold the role his order would play in that far off land:
"How to convert such barbarous peoples?...I saw our missionaries movingforward across those savage hordes; they taught them and the savages heard,pleased; they taught them and the savages learnt, diligently"
The Salesians, with Jose Fagnano at their head, heeded Don Bosco's call and traveled to the far reaches of South America. There, they quickly fanned out across Tierra del Fuego, establishing missions and schools (see right, the mission at Dawson Island) to bring the Selk'nam "with charity and gentleness" to the path of virtue. Within a few short decades the last of the Selk'nam would be dead.
Few people live on the shores of Lago Fagnano today. At the very eastern end of the lake, on the Argentine side there is a small town of about a thousand people. On the Chilean side of the lake, however, there lives only one man. I was on my way to meet that man.
If you can live more or less by yourself for more than twenty years in one of the most remote places on earth; and if during that time you can build three houses by hand, transporting ALL the materials on horse-back three days over two mountain ranges -- except for the lumber, of course, which mill yourself; if you can wrestle sheep, and cattle, and horses to the ground; if, at age 65, you can scamper up a mountain trail without a huff or a puff, leaving much younger men scrambling to keep up, you just may be tough enough for the job currently being held by the amazing German Genskowski.
German is the first true pioneer I have ever met. He will, in all likelihood be the only one. Along with his nephew, Rodrigo, and one hired hand, German (pronounced "herr-MAN") runs a 3,500 hectare ranch on a more or less flat piece of land between the mountains and the shore of Fagnano. German´s wife spends the summers with him but she says she is too old and too much of a city person to manage the winters in that harsh, snowy place so she decamps to the regional capital of Punta Arenas for much of the year. Children and grandchildren visit occasionally.
“You must talk to Genskowski,” people in Punta Arenas kept telling me. “Genskowski will know where those mountains are.” I was showing pictures of landscapes painted by Rockwell Kent in Tierra del Fuego in 1922, asking if anyone knew where I could find the places he captured. Tierra del Fuego is indescribably vast and dozens of mountain ranges crease its western half so, naturally, everyone gave me conflicting conjectures as to the locations of the scenes Kent had painted. But all were certain that if anyone would be able to identify the places it would be German Genskoweski. Finally, after hearing “Genskowski’s your man” one too many times I decided to go meet him.
Getting to him would not be easy. While Lago Fagnano lies only about 120 miles from Punta Arenas as the crow flies, it takes more than eight hours by car; two hours along a paved highway to reach the ferry across the Strait of Magellan and then six hours on a miserably narrow, dusty dirt road to the lake. German’s land, called Estancia Fagnano (estancia means ranch), is well beyond the reach of power and telephone lines, so I could not call him to warn him of my intentions. I would have to hope he would agree to talk to me.
To make matters worse, the last stretch of road leading to the lake--despite being clearly marked on my map--is still under construction and off-limits without special permission from the Chilean army corps of engineers building it. This being Chile, I was advised to go first and ask permission later. Sure enough, after nearly six hours choking down dust, I finally reached a barricade with signs indicating I was entering a restricted area. “Danger” read one, “Blasting Ahead.” But I had already glimpsed the lake and nothing was going to turn me back now from that promised land. Fortunately, the barricade was up so I was able to escape the censure of actually raising it.
I drove forward cautiously, not so much because I was in defiance of the Chilean Army but because the road -- clearly under construction -- was even more terrifying than before, narrow and unstable. After about a mile, I came across some soldiers operating heavy road-building machinery. They looked at me suspiciously as I approached. But when I told him who I was going to see they smiled and gave me directions. German, apparently, is a legend not just to the city-dwellers of Punta Arenas.Two miles further along I came across a clearing in the woods by the road where a group of people were gathered around a corral, appraising the horses within. I parked the car, took a deep breath for courage, and started walking towards them. An older man, wearing a floppy-brimmed leather hat broke away from the group and sauntered over to meet me. He was of medium height but slim and wiry, and he walked with the slight, bow-legged saunter of a man who spends a lot of time in the saddle. I told him, in my stumbling Spanish, who I was and the purpose of my visit, and that I was looking for German Genskowski, who I was told might be able to help me. He looked at me a moment and then glanced at his boots. Looking up again, with only a slight approximation of a smile, he replied that he was German Genskowski and he would help me. But then he added, with a wave of his arm towards the group clustered around the corral, "I'm busy at the moment. Go to the house and wait for me there," he instructed. "I will be there in a couple of hours."At the house -- a tidy, two-story yellow plank structure with a red tin roof and a Chilean flag flying proudly in front -- I met his wife. She was making lunch but she stopped to offer me a cup of coffee. We tried to converse but my limited Spanish and the constant chatter of her young grandson made anything beyond a few pleasantries impossible. Finally, leaving her to her work, I told her I would take a walk around the grounds. Through the kitchen window she pointed out a trail that would lead me to the lake.I walked through deep woods of tall deciduous beech (nothofagus pumilio), called lenga in Spanish. The limbs and trunks of these trees were covered in a spindly, hanging moss that reminded me of the Spanish moss of the American deep south, but the heavy, hot air I associate with that was absent. Instead, I was bundled against the cold and damp of the Fuegian summer, where even in the warmest months the thermometer seldom goes much above sixty degrees and everyone goes about carrying a raincoat and hat.
The bark of the lenga trees and the pale moss gave the forest a soft, grey-green, almost bluish tinge. A deep quiet prevailed under the cathedral of those trees and the soft, spongy ground muffled my steps. This was my first walk in a lenga forest and that hushed sense of calm would never cease to amaze and charm me throughout my stay in Tierra del Fuego.Even in the woods it was clear this was a working ranch. Here and there I came across sheep lying in a clearing, and the paths were littered with their droppings. In several places I passed racks of sheep and cattle hide stretched out to dry, sheets of hair and skin, stiff with dried blood. I even saw occasional piles of bones, testament to on-the-spot slaughtering or an impromptu asado (barbecue), green mold betraying the decomposition to which all organic matter in that damp land quickly succumbs.I marveled at the energy that had built this ranch, and built it entirely by hand, without any heavy machinery of any kind. Until three years ago, before the road, this place was entirely isolated. All material needed to be brought in on horseback from the road head at Vicuna, three days ride to the north. Before the road, German would drive his cattle once a year over the mountains to the road head -- with cattle, the trip takes four days – where a truck would be waiting to take the stock to Punta Arenas.
German is a shy man and he didn’t open up to me until late the first day. At lunch, he hardly spoke a word to me. He was preoccupied with the two municipal veterinarians who had come that day to the ranch to take blood samples from the livestock. German later told me this was the first time in his twenty-five years on the ranch that a veterinarian had visited. “It’s because of the road,” he said, shaking his head. It was the first of many denunciations I would hear from him about this road that was so disrupting to his long-established way of life. He sighed. “Without the road they would never have come here.”At lunch I struggled, in Spanish, to tell the group around the table the story of why I had come to Chile and what had brought me to the shores of far away Fagnano. "I am following the route," I explained, "of a fellow 'Norte Americano,' a painter, who had traveled in this land back in 1922." I went on, trying to make it clear that I believe he had even stayed at the site of this very ranch, then called Estancia Isabel.As were getting up from the table, German’s nephew, Rodrigo, who had been quiet throughout lunch, came over to me and said, in flawless English, "My uncle has Mr. Kent's book but he can not read it because it is in English; but I have read it twice. I will go get it." And then he ran upstairs to fetch his uncle’s copy of the book. I stood there flabbergasted wondering why he had let me struggle for half an hour in my pidgin Spanish.Rodrigo is in his mid twenties. He is tall and handsome, with a broad smile and a luxurious sweep of jet-black hair that he usually keeps covered under a crocheted tam-o-shanter. He grew up in Punta Arenas and studied English translation in school. Then, a few years ago, he decided he preferred life on the shores of Fagnano so he packed his bags and moved in with his uncle, learning all he can in the hopes he can take over the lonely ranch one day. He is an eager student of the ranching life. When I was there he was engaged in taming a wild horse they had recently captured. I saw the horse on my walks, a magnificent grey mare with a dark mane and tail. She was tied up in a small clearing in the woods, bounded on three sides by a river that flows into the lake. The horse would start whenever she saw me and pull frantically at her rope, nostrils flaring. Not sure the rope would withstand the exertions, I always gave her a wide berth.
In the afternoon, I watched spellbound for over an hour as the veterinarians took blood samples from German's herd of sheep. One by one, German, Rodrigo, and the ranch hand would capture a ewe, bleating in terror, and flip it on its haunches. This, surprisingly, would immediately calm the animals; in some cases they actually appeared to drop off to sleep in that position. The vet would then put a slender rubber hose around the animal’s neck to reveal the jugular vein and quickly take a sample. After that, a numbered yellow tag would be affixed to the sheep’s ear. Throughout this operation the sheep would be entirely quite but once released, they would scamper off bleating out of the corral. I watched the process, fascinated.The next morning I awoke early to take photographs. It had rained during the night and the ground was soggy but the morning dawned partially clear and the summer sun caused the bogs and pastures to steam as it burned off the moisture. Still, within minutes wetness had seeped through my new hiking boots as I worked my way through damp meadows and along the muddy trails that meandered among the lenga forest. I wondered why the waterproofing I had applied to the boots in New York was not working. Later, I would come to realize the only way to keep one’s feet dry in Tierra del Fuego is not to travel there in the first place.I worked my way along the shore line to a point I hoped would allow me to find the spot where Kent had sketched Mount Hope. "Mountain at the Foot of Fognano" he called it in his book, misspelling the cleric's name. The wind had picked up. Whitecaps danced along the surface of the lake. I cursed the flimsy light-weight tripod I had purchased just for this trip.
Despite wet feet, despite winds and an inferior tripod, despite clouds that continued to obscure the peaks on the southern side of the lake -- the same peaks German assured me were depicted in a one of Kent’s paintings -- despite all this I was supremely happy. Here I was, 6,000 miles from home, tracing the path of one of my boyhood heroes, standing in perhaps the very same spot where he had stood, brush in hand, eighty-six years earlier. I was finally on the shores of this magnificent lake which, in Kent’s words, “scarcely a hundred men can ever have beheld…” Of course, in the manner of the day, Kent was not including native men in his calculation, only whites. But his point was clear and what made it all the more amazing to me as I stood there was the realization that even today there can hardly be many more who have seen the lake from where I stood. That will all change, of course, once the road is finally opened, but, for now, I could take pride in my efforts to have gotten to this spot.Later that morning, German and Rodrigo decided to take me for a walk to see Admiralty Sound. It was a steep climb. We followed a gully, at points needing to use our hands to pull ourselves forward. German was fast. We two younger men had to struggle to keep up with him. He told us this trail – a generous word, I thought – was what he sometimes used when he had first moved to the lake. It led, eventually, to Jackson Bay, on Admiralty Sound, where there was a dock where he would unload supplies, put them on horses, and slog along the trail back to the lake.
German stooped from time to time to pick Magellan strawberries (rubus geoides). This is a curious plant, actually a type of rasperry, whose fruit appears to grow downwards, into the moss. The berry is delicious, sweet and juicy, but it takes will power at first to get over the thought that you are about to put into your mouth this thing you've just pryed out from the moss and mud of the damp earth. But you quickly get used to blowing off the dirt as best you can and popping the succulent berries into your mouth.After about 30 minutes of climbing, we came to a level spot, at the top of a rise strewn with boulders and a few wind-stunted trees. German pointed towards the west. I turned my face into the wind and there I could make out the steel-grey explanse of Admiralty Sound, that rough body of water where I would soon, with luck, be sailing in my quest to follow Rockwell Kent. Then I looked back and saw, sheltered from the west wind by mountain peaks, the placid, pale blue waters of Lago Fagnano. The sun was trying to push through clouds that melded with the snow-capped mountains all around. Where it did, the sunlight turned the lake into the most beautiful shade of turquoise, of an almost Caribbean hue. This, my companions told me, was caused by the milky, mineral-rich waters of the surrounding glaciers.
After dinner on my first day, after German had looked through my images and told me where I would find the scenes of most of Kent's paintings, and after Rodrigo had gone off to work on his horse-taming, I sat in the living room of German's cozy house and we talked. The summer twilight is long in the far south and as the light slowly faded and the objects in the room became less distinct, German became more voluble. He speaks a bit of English that he picked it up in the 1970s, in the days before he became a rancher. Apparently, this amazing man once worked for an American oil company, first in Tierra del Fuego and then, later, on a rig in the Gulf of Mexico. With German's bits of English and my broken Spanish we were able to communicate.He told me how difficult it is to run a small estancia. At 3,500 hectares, Estancia Fagnano is considered very small and he can not keep the huge herds you find on the vast grasslands to the north and east. I would learn later that a ranch of fewer than 20,000 hectares is considered barely viable in Patagonia. German told me that while most estancia owners were gentlemen ranchers, he could not afford such luxury. "I must work," he said. "Every day. And I must do tourism, too. Without that I could not survive here."
German told me how his father had struggled to make the land profitable but had failed and ultimately lost the land. He told me of the difficulties he himself had had convincing the government that he could run it profitably, could succeed where his father had failed. He was finally granted title to the land twenty-five years ago and, though hard, back-breaking work, he has made a small success of it.Then he spoke of the road and how it has changed everything about his life.
The government of Chile plans to continue the road past Lago Fagnano all the way across the Darwin Range to Yendegaia Bay on the Beagle Channel, far to the south. Based on the rugged terrain and the limited progress so far, some estimate it will be a decade before the road reaches the sea. Others doubt it will ever be finished. Sceptics point out that the road makes no sense. Other than German, no one lives on the vast tracts of land between Vicuna and the proposed terminus at Yendegaia. And even at Yendegaia there is nothing but a Carabinero outpost with seven lonely policemen; another two people live across Yendegaia Bay at a defunct ranch, but that's it. "Why build a road to nowhere," the sceptics ask? "Who will use it?"
I see it differently. This land is spectacularly beautiful, especially Fagnano, but it is indescribably difficult to reach. With the road will come tourists. Argentines will be able to drive their RVs to Fagnano and they will pay a lot of money for the priviledge to have an asado under the tall lenga trees of German's ranch and to fish in Fagnano and enjoy the sight of snow-capped mountains reflected in the sparkling blue water. I believe that with the road the tourists will come and this will put more money into German’s pockets and perhaps ease his retirement a bit. That is a good thing but, at the same time, German knows that with the road something very special will have gone from this part of the world and that knowledge concerns him, and it makes him wistful.
At first, German opposed the road. Now, he has come to terms with it. He has seen how much easier it is to get his cattle to market and he knows that without the road he would seldom see his wife as she no longer able to make the three-day ride out on horseback. And even German himself admits that at age sixty-five his horse-riding days are limited. "So, the road will allow me to stay on this land a little bit longer," he says.
I think about all he has done to build this ranch by the lake he loves and I think about him being able to enjoy it just a bit longer and I find that I, too, am glad for the road.

IBEROLUSOAMERICA SIGLO XXI


El Rey acude a la cumbre Iberoamericana
El presidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula da Silva, estrecha la mano al Rey Juan Carlos I.-

El Pais FRANCE PRESS - 30-11-2009
Presidente portugués da inicio a XIX Cumbre Iberoamericana
Aníbal Cavaco Silva expresó el deseo de que del encuentro salgan "ideas e iniciativas que mejoren las condiciones de vida de los ciudadanos".
DPA
Lunes 30 de Noviembre de 2009 08:53

ESTORIL.- Con un llamado a la realización de "acciones concretas", el Presidente anfitrión, el portugués Aníbal Cavaco Silva, dio inicio hoy a la XIX Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno en el balneario de Estoril, a unos 25 kilómetros de Lisboa.
En su discurso inaugural, Cavaco Silva, afirmó que "es hora de que nuestro diálogo sea acompañado de una cooperación más efectiva", y pidió "acciones concretas" que "respondan a nuestros intereses conjuntos y den cuerpo a nuestros objetivos comunes".
Cavaco también expresó el deseo de que del encuentro de Estoril salgan "ideas e iniciativas que mejoren las condiciones de vida de los ciudadanos".
Por su parte, el Primer Ministro luso, José Sócrates, subrayó que el lema de la reunión, "Innovación y Conocimiento", "nos permitirá hallar respuestas a la crisis financiera internacional" y enfrentar los principales problemas ambientales.
"Precisaremos de toda nuestra sabiduría y conocimiento para responder al más serio desafío ambiental, el desafío del calentamiento global", afirmó el jefe de Gobierno anfitrión.
Por su parte, el Secretario General Iberoamericano, Enrique Iglesias, destacó un "avance significativo en la cooperación sur-sur" en los últimos tiempos.
Opinó Iglesias que América latina, en este campo de la cooperación, "puede dar un ejemplo significativo a la comunidad internacional".
Si bien la reunión está dedicada al tema "Innovación y Conocimiento", uno de los asuntos que centran el encuentro de los 22 países de América Latina, España, Portugal y Andorra son las elecciones celebradas ayer en Honduras después del golpe que el pasado 28 de junio derrocó al Presidente Manuel Zelaya.

Fred Vargas


Cultural
Las novelas policiales de Fred Vargas
El crimen lleva tiempo
El Pais viernes 27 de noviembre de 2009

Mercedes Estramil
EN FRANCIA, Fred Vargas es el nuevo nombre de la novela policial. Se trata de un seudónimo, y corresponde a una arqueóloga e historiadora, Frédérique Audoin-Rouzeau (1957). Firma en masculino en parte para acortar su nombre y como continuación de un juego iniciado por su gemela, una pintora que adoptó el apellido Vargas en homenaje al personaje de Ava Gardner en el film La condesa descalza, de Joseph L. Mankiewicz. En apariencia, está muy lejos de las razones que pudieron tener en el siglo XIX señoras como Amandine Dupin, Cecilia Böhl de Faber o Mary Ann Evans, quienes para que sus trabajos fueran tomados en serio firmaron como George Sand, Fernán Caballero y George Eliot respectivamente. Sin embargo, el siglo XX también tuvo reconocidas escritoras que jugaron a la ambigüedad. Karen Blixen firmó Isak Dinesen, Phyllis Dorothy James ocultó su género en las iniciales (P. D. James), y aun la autora más vendida de hoy aceptó disfrazar su "Joanne" por el contundente J. K. (Rowling) para que los editores publicaran Harry Potter, su saga mágica. A Fred Vargas tampoco le ha ido mal.
Sin formación literaria específica, empezó a escribir para entretenerse, y algunas de sus novelas fueron hechas en pocas semanas. Prefiere llamarlas novelas "de enigmas" antes que "negras". Comparte a medias los consejos de la estadounidense Sue Grafton, cuando ésta señala que hay que documentarse, investigar y actualizarse muy bien antes de escribir una novela policial. A diferencia de las de Grafton, sus tramas no tienen una fecha exacta y el mundo mental de sus personajes pesa más que la realidad circundante.
También a diferencia de Grafton, que presenta siempre a la misma detective mujer (Kinsey Millhone) Vargas ha ido cambiando de policía investigador -un poco como las británicas Agatha Christie o P.D. James- aunque en su caso y hasta ahora son siempre hombres. El cuarentón Jean-Baptiste Adamsberg lidera la mayoría de sus títulos incluidos los últimos cinco (El hombre del revés, 1999; Huye rápido, vete lejos, 2001; Bajo los vientos de Neptuno, 2004; La tercera virgen, 2006 y Un lugar incierto, 2008), donde además de resolver casos profundiza o dilata su romance con una huidiza joven.

PLANIFICACIÓN. Una estrategia de Vargas es su lentitud expositiva para ir llegando al crimen, sembrando a partir de sucesos en apariencia inocuos la convicción de que lo habrá. Ese mecanismo de generar tensión toma forma verosímil considerando la psicología de sus investigadores: intuitivos, obcecados, pacientes. Tipos capaces de ir hasta el fin del mundo o dar marcha atrás cien veces si una corazonada se los exige. Son herederos de Poe en esa capacidad de resolver el delito casi sin salir de casa, ejercitando la observación y la deducción. Poseen la escuela de la calle, pero también un bagaje cultural importante. Excepto en el plano sentimental, son éticamente irreprochables, y aunque trabajan con un equipo de expertos suelen resolver en solitario.
En El hombre de los círculos azules (1996), alguien dibuja círculos de tiza por las calles de la ciudad, colocando dentro de ellos distintos objetos (una moneda, un destornillador, un reloj) y una misma leyenda escrita. Lo que para muchos puede ser la obra de un maníaco, una broma o una instalación artística, para el comisario Adamsberg es, sin sombra de duda, el preámbulo de un crimen. Aunque éste recién se concrete en la página 53. En Vargas, la preparación del delito, brutal en su ejecución, suele contener una puesta en escena bastante artística y atrapante. Un homenaje al humor teórico de Thomas de Quincey, para empezar. Otra cosa es que la resolución, luego de muchas páginas de conversación y falsas pistas, sea jugosa en términos narrativos. Aun siendo una novela compleja y amena, El hombre.... se rifa el desenlace a la carta poco creíble del personaje disfrazado que engaña a todos.
En otra novela temprana, Los que van a morir te saludan (publicada en 1994 pero escrita en los ochenta), con la que Vargas misma admite haber fracasado, es el trazado de personajes lo que falla. El asesinato en Roma de un francés coleccionista de arte tiene demasiado tinglado alrededor: muerte por cicuta, un obispo pecador, contrabando a gran escala, personajes con nombres significativos y poco espesor (Claudio, Tiberio y Nerón), y un pasado amoroso entre la principal sospechosa y el investigador Richard Valence. Otro aspecto que distancia en términos emocionales la escritura de Vargas es que no genera empatía entre sus víctimas y el lector.
PUZZLE CRIMINAL. El más fracasado de todos es Louis Kehlweiler, ex-policía de origen alemán, cervecero y cincuentón, que trilla las calles por su cuenta en Más allá, a la derecha (1996), cargando en su bolsillo un sapo con el que suele conversar. Y es que, taciturno y todo, Kehlweiler es el más conversador y tierno de los detectives de Vargas. El hallazgo casual de un huesito, que enseguida identifica como un trozo de falange de un dedo de pie humano semi digerido por un perro (sic), lo pone en la pista de un pit-bull, de sus dueños, y de una serie de crímenes, además de relacionarlo con un amor del pasado. En esta novela el hilo del relato se desenrolla directo como una sucesión de hallazgos; del hueso al muerto y al autor del crimen.
Otras son más complejas y dan cuenta del gusto de Vargas por la digresión. En ese sentido sus personajes secundarios son fundamentales, aunque algunos sean borrados sin más (es el caso aquí de la vieja ex prostituta Marthe). Otros sirven de nexo involuntario con el asesino al mismo tiempo que guardan secretos vinculados al detective (la oceanógrafa Mathilde en varias novelas), o son colaboradores con curiosas vidas privadas, como el adjunto Danglard o Marc Vandoosler.
En uno de sus mejores títulos, el puzzle que debe armar Adamsberg tiene piezas que hay que ir a buscar a la Edad Media. Huye rápido, vete lejos cuenta la historia de una venganza. Alguien se dedica a marcar con un número rojo las puertas de los apartamentos en distintos edificios parisinos, en tanto en las afueras un pregonero propaga avisos anónimos sobre la llegada inminente de la peste. Luego algunos habitantes de las puertas no protegidas con la señal son hallados muertos, y aunque sus cuerpos presentan picaduras de pulgas de rata, las muertes son violentas. Se advierte que la autora, especializada por su profesión en transmisión de epidemias, disfruta con el armado de la intriga, manteniendo abiertas varias líneas de expectativa. El medievalista Vandoosler, que de día trabaja haciendo limpiezas, ayuda a Adamsberg a desentrañar una madeja que, por supuesto, tiene hilos sobrantes. Con frecuencia, Vargas muestra que detrás de un simple crimen se mueve un vasto y complicado universo.
En la lista de prioridades explicativas que maneja la novela policial, las de Vargas comienzan con el "cómo lo hizo", siguen por el "quién lo hizo" y responden no del todo el "por qué". Para sus investigadores la mente criminal deja de ser interesante en cuanto la ponen al descubierto, incluso con poca dosis de euforia, en parte porque intuyen desde el comienzo que detrás del crimen más elaborado anida el móvil más vulgar: algún mezquino tipo de interés personal.
LOS QUE VAN A MORIR TE SALUDAN. 2002, 190 págs.
HUYE RÁPIDO, VETE LEJOS. 2003, 331 págs.
EL HOMBRE DE LOS CÍRCULOS AZULES. 2004, 196 págs.
MÁS ALLÁ, A LA DERECHA. 2006, 234 págs. Todos editados en Madrid por Siruela y distribuidos en Uruguay por Gussi.

Héctor Gross Espiell


Último Momento
OBITUARIO
Falleció Héctor Gross Espiell
El abogado uruguayo Héctor Gross Espiell falleció esta madrugada a los 83 años de edad. Sus restos son velados en la Sala 104 de la empresa Martinelli.
Nació el 17 de setiembre de 1926, en Montevideo, Uruguay. Era especialista en derecho internacional y fue integrante de la Suprema Corte de La Haya.
Es Doctor en Derecho y también profesor de Derecho Constitucional. Emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, de Derecho Internacional. Distinguido de la Universidad Nacional Autónoma de México, Honoris Causa de la Universidad de Concepción de Chile y en dos ocasiones de la Academia de Derecho Internacional de la Haya.
Fue Director Ejecutivo del Instituto Interamericano de Derechos Humanos en Costa Rica. Fue también Juez y Presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y miembro en representación del Uruguay de: la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de la entonces Sub Comisión de Protección de Minorías y Prevención de Discriminaciones.

Fue Sub Secretario General de las Naciones Unidas y representante Especial del Secretario General para el Asunto del Sahara Occidental. También fue Ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay entre 1990-1993 en el gobierno de Luis Alberto Lacalle. Fue Embajador de Uruguay en Francia nombrado por el gobierno izquierdista de Tabaré Vázquez, sustituido poco después por el ex ministro de industria Jorge Lepra.
Fue designado para representar al Uruguay frente al Tribunal de la Haya junto con otros especialistas, en el conflicto con Argentina por las plantas de celulosa.
Fuente: Wikipedia
El País Digital

Sunday, November 29, 2009

NUESTROS CONSOCIOS OPINAN: NURIELDÍN HERMOSILLA


Entrevista

El Mercurio Domingo 06 de Julio de 2008

Nurieldín Hermosilla, descubridor del “Álbum de Isla Negra”
Pedro Pablo Guerrero
En el mundo de los bibliófilos y coleccionistas chilenos, el abogado Nurieldín Hermosilla tiene fama de ser uno de los más exigentes y especializados. Propietario de una colección que supera las 900 piezas, entre libros y documentos relacionados con Neruda, cualquier librero o anticuario sabe a quién dirigirse cuando llega a sus manos un objeto nerudiano. Los especialistas son pocos, todos se conocen y actúan como una verdadera red, intercambiando datos según sus particulares intereses.

Con genuino entusiasmo y sentido del suspenso, Nurieldín Hermosilla saca de una caja fuerte la adquisición más importante que ha realizado en el último tiempo: un antiguo álbum de postales con tapas en sobrerrelieve a la moda jungstil (art deco) sobre la cual se puede leer, en alemán, “Postkarten-Album”. En lugar de postales o fotos, catorce de sus páginas (todas con sus correspondientes ranuras) están escritas a mano por Neruda con tinta verde. Es un conjunto de poemas que, agrupados bajo el título de “Álbum de Isla Negra”, fechado por el propio autor en 1969, le dedica a Alicia Urrutia, sobrina de su esposa Matilde, acogida junto a su pequeña hija Rosario en la casa de Isla Negra a comienzos de los sesenta.
Considerada el último amor del poeta, Alicia Urrutia es una incógnita acorazada en el silencio que mantiene hasta hoy en algún rincón de Arica. En sus libros, Jorge Edwards, Volodia Teitelboim, Enrique Lafourcade e Inés María Cardone han intentado hacer un poco de luz sobre aquella mujer joven, de cuerpo atractivo, tímida, callada, casi invisible, que se ocupaba de las tareas domésticas y hacía trabajos de costura para su tía. Por lo menos hasta 1970, año en que Matilde los sorprendió in fraganti, Alicia fue la amante del poeta y sería también la musa que figura, con el nombre de Rosía, en su libro La espada encendida (1970), título adoptado de La Biblia, en la versión de Casiodoro de Reina (1569). Hermosilla también conserva el ejemplar publicado por Ediciones Sociedades Bíblicas en América Latina que perteneció a Neruda. En él están el timbre inconfundible del pez encerrado en una esfera armilar, la firma del poeta y un pasaje del Génesis marcado en tinta verde: “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto del Edén querubines, y la espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”.
En el “Club de Tobi” —como llama al anexo de su enorme y nerudiana casa en El Arrayán— donde hay una mesa de billar acorralada por cuadros, esculturas y libros, Hermosilla se explaya sobre las implicaciones y circunstancias que rodean la aparición del manuscrito.—¿Cómo se enteró de que había un álbum de Neruda en venta?—Por un librero del centro, muy conocido y serio, especializado en poesía chilena. A su local llegó el año pasado una persona. Le prestó por dos horas este libro para que lo revisara y decidiera si le interesaba o no. Costaba una suma alta, según me contó, aunque nunca me dijo lo que pagó por él. Me llamó por teléfono y llegó a mi oficina con el libro. Me dijo: “Don Nuri, yo creo que esto es una joyita, pero no tengo idea quién es la persona que me lo ofrece ni quién es esta Alicia”. El tipo que se lo llevó sabía lo que valía, porque le hizo gran alharaca. Era una persona de unos sesenta años, de bigote, canoso, correctamente vestido, de corbata, que no quiso identificarse.
—¿Cuánto pagó usted por él?—El librero me cobró el doble de lo que había pagado, pero le conseguí una rebaja y, lo más importante, facilidades de pago, porque era una suma muy alta.
—¿Más de seis cifras?—Más. Pero a cierta edad uno empieza a hacer las cosas que siempre quiso. Esto sucede especialmente con los viciosos del coleccionismo, como nosotros. Este libro no se va de aquí, me dije. No tenía alternativa, le iba a pagar lo que me pidiera. Yo encuentro que no hay un precio real para algo así.—¿Cómo sabe que no es una falsificación? —No hay ninguna posibilidad. Siempre me fijo en la “P” de Pablo: es muy difícil hacerla. Corresponde todo: caligrafía, estilo, sistema. El libro descansa en estos poemillas que son típicas cosas de Neruda y de sus álbumes. Yo tengo cuatro de los cinco que al parecer hizo: Java, Nyon, Terusa e Isla Negra. Sólo me falta el de Capri, que, me parece, está en la Fundación.
—¿Tenía antecedentes de la existencia de un “Álbum de Isla Negra”?—No. Se desconocía absolutamente. Yo les he preguntado a las personas más relacionadas con Neruda en esa época y nadie tenía la menor idea. Todos suponen que esto tiene que haberlo traído la propia Alicia cuando anduvo por Isla Negra el año pasado. Creo que ella se decidió a confirmar su amor con Neruda y puso a la venta este libro para legitimarse y terminar con el mito. El Álbum es una directa y definitiva comprobación, desde la pluma del poeta, de sus amores con Alicia. Ella en el libro no habla, no escribe, no existe, ni ha existido, es la enamorada silenciosa y oculta, la habitante del jardín del poeta “donde sólo llega tu sombra”, la de ella, a quien Neruda le dice “yo colecciono tus lágrimas”. Todo dentro del romanticismo pleno de felicidad y tragedia.
—¿Qué imagen de Alicia percibe usted en este libro?—Es su “compañera del cielo”, la que lo convierte en “ola estrellada”, pero que al mismo tiempo lo hace grabar su nombre en un “trozo de corteza que sacó del árbol del olvido”. Esto muestra “frustraciones del tiempo propias de la vida que se aleja”, y que resume en los versos finales: “Aquí guardo… el naufragio… repetido… de mis sueños”.
—¿Cuál cree que fue la intención de Neruda al dedicarle este libro a Alicia?—Este Álbum no es un “lamento de solitario”, como escribió Neruda en su prólogo de Canción de Gesta, sino un mensaje, un regalo, un objeto material poético confeccionado para consolarla, para que lo recuerde, porque no fructifica la esperada reciprocidad amorosa. Lo más probable es que este Álbum sea el resultado de una decisión muy firme de Neruda, en el sentido de usar todos los momentos, pero cercado por las circunstancias de vida clandestina, secreta. Finalmente no ha decidido dar el gran salto que a lo mejor ni ella pedía. Cambia el escenario usando el silencio, aun cuando con certeza debiera seguir correspondencia. Sería muy valioso que Alicia hiciera pública esas cartas de que nos habla Edwards, que deben ser posteriores a 1969. De todos modos, ciertos versos son premonitorios de los días finales que el poeta ya intuye cercanos.
—¿Por qué no se decide a dar ese gran salto?—Mi opinión, no sustentada sino presumida, es que Neruda no es capaz de romper con Matilde y salir a volar con Alicia, quizás porque todavía está muy ligado a Matilde o porque el amor por esta niña no alcanza a tapar el déficit de la relación. Por su formación, por su manera de ser, por su carácter, ella es todo lo contrario de Matilde. Neruda necesitaba a una mujer fuerte que lo manejara, una administradora del castillo personal en que pasó sus últimos años. Matilde se transformó en su verdadera guardia de corps. Era muy celosa, y con razón, porque las mujeres lo acosaban. Pero yo creo que Matilde, con su actitud emperrada, también produjo un alejamiento de personas que eran amigas sinceras de Neruda, incluyendo a parientes. —Más allá de lo testimonial, ¿qué valor literario le asigna a este álbum?—Es una obra en que lo seriamente literario parece quedar fuera, y sin embargo es dulce, suave, a veces trágicamente triste, como sus versos finales, una transmisión tácita de dulzura en que los silencios son el mensaje. Es notable que a los 65 años, Neruda viva un renacimiento y logre traducir estos juegos amorosos post adolescencia en poesía fresca, juvenil, sin arrepentimiento ni vergüenza, cuando “en esta danza de los días la vida se aleja de mi propia vida”, como escribe. Siempre hay un dejo de nostalgia, de tristeza, algo tanguera tal vez.

Pablo y Alicia
Hernán Loyola
Hay sectores de la prensa y de la TV chilenas que desde hace años intentan la plena incorporación de la figura de Alicia Urrutia al folklore nerudiano, asignándole en la vida del poeta, quieras o no, el rol de una Josie Bliss otoñal, de una pantera de Coihueco tardíamente trasplantada a Isla Negra. Que yo sepa, hasta ahora los resultados han sido muy modestos porque Alicia no ha “colaborado”, defendiendo en cambio, con irreductible dignidad, la memoria privada y personal (la justa privacy) de la relación que vivió con Neruda. Lo cual, a mi entender, habla muy bien de la autenticidad de sus sentimientos y, a la vez, de su respeto a sí misma.
Así sucedió también con el joven Neruda. Su poema “Tango del viudo” fue escrito en Calcuta, 1928, y “Josie Bliss” en Madrid, 1935, sin que nadie (aparte de Tomás Lago y algún otro amigo íntimo del poeta) estableciera una relación entre ambos textos, simplemente porque Neruda no hizo público el trasfondo autobiográfico que los unía sino en 1962, en sus crónicas para la revista O Cruzeiro Internacional. Esto significa que durante más de 30 años “Tango del viudo” fue leído y admirado al margen del folklore de la pantera birmana. Desde el punto de vista de los mass media actuales, una gran telenovela perdida.
Peor aún, la persecución unilateral (por no decir obsesiva) de los detalles eróticos “para la galería” ha obstaculizado en ambos casos (Josie y Alicia) la verdadera lectura del acontecer pasional, o sea, de lo biográfico, al proyectarse a los poemas. Josie Bliss fue la primera mujer con quien Neruda convivió establemente (si bien por pocos meses). Su maestría en las artes amatorias orientales no habría tenido tan duradero efecto en la memoria y en los textos de Neruda (habría sido sólo una amante más en su lista) sin su concomitante maestría en las artes culinarias y caseras. Viviendo con ella el cónsul-poeta descubrió su lado “convencional” de buen chileno medio y su bien poco original aspiración a una mujer doblemente sabia, en la cama y en la cocina. Por eso la llama “mi esposa birmana”.Pero esta exitosa dualidad de la experiencia la hizo fuerte al punto de determinar en Neruda la revisión o crítica del fundamento de su poesía anterior (los sueños y la imaginería conexa al Sur de la infancia) en favor de otro fundamento con los pies en la tierra, conexo a la circunstancia que vivía en Rangún. En breve: por extraño que parezca, a Josie Bliss debemos el título Residencia en la tierra que Neruda inventó a mediados de 1928 (en el culmen de la convivencia) para la importante compilación de poemas en que estaba trabajando. Y le debemos en buena parte el desarrollo sucesivo del libro, que no por casualidad se cierra en 1935 con un poema titulado precisamente “Josie Bliss”.
Simetrías y diferencias con Josie Bliss
La experiencia vivida con Alicia alcanza una proyección textual en cierto modo simétrica y de opuesto significado. Dejo de lado el anecdotario, ya bien conocido a través de Jorge Edwards, de Volodia Teitelboim y en particular de Enrique Lafourcade con su libro Neruda en el país de las maravillas (1994). Me interesa señalar, en cambio, que entre 1964 y 1968 la “residencia en la tierra” de Neruda atraviesa una fuerte crisis marcada por las sucesivas casi llegadas al Premio Nobel (por entonces el importante rol de la CIA en esos fracasos era sólo una suposición); por la carta abierta del gobierno cubano (1966); por la conexa crítica con que lo asedian el MIR y la ultraizquierda en general, sumándose al silencio hostil de que es objeto su poesía por parte de la prensa de derecha en Chile; por los tanques soviéticos en Praga (1968); y en lo personal por un enfriamiento (sucesivo al matrimonio, 1966) de su relación con esa cumplida y mejorada versión de Josie Bliss que fue Matilde (incluyendo las furias) y por la aparición de los primeros signos de una amenazante enfermedad.
Los libros de la crisis son Las manos del día (1968) y Fin de mundo (1969). Pero Neruda no se rinde: busca superarla y renacer. Lo ayudarán dos factores concomitantes y sólo en apariencia contradictorios: su secreto enamoramiento con Alicia y su candidatura comunista a la presidencia de Chile. Los libros del renacer: uno de título explícito, Aún (1969), y La espada encendida (1970). Este último es por un lado la metáfora lírico-narrativa del triángulo Pablo-Alicia-Matilde en clave mítica (Rhodo, el patriarca de 130 años; Rosía, la doncella sin edad; el Volcán implacable). Por otro lado el libro supone la suspensión de la “residencia en la tierra”, o sea de la historia, para reencontrarla atravesando el territorio del mito bíblico-patagónico, con movimiento contrario al de “Alturas de Macchu Picchu” (1946), donde el mito prehispánico transitaba hacia la historia con un poeta también renaciente: “Sube a nacer conmigo, hermano”.
Para resumir la compleja relación de Alicia Urrutia con la poesía de Neruda (y no sólo con el hombre), concluyo citando al eminente Alain Sicard: “El interés de La espada encendida está en que muestra, mejor que ningún otro libro de Neruda, cómo las certezas de la historia emprenden los difíciles caminos de la experiencia personal, manteniendo con ésta un constante intercambio dialéctico en medio del cual está situada la concepción nerudiana del amor”.

La residencia en Argüelles
Bernardo Reyes
Rodolfo Reyes no entendía cómo era que en la extensión de un fundo podía caber una ciudad entera. Hombre de silvestre inocencia, conectado indisolublemente al lenguaje de la foresta y la lluvia del sur, solía buscar a su hermano menor, perdido en alguna pensión de mala muerte de la urbe doblegada por el invierno.
Eran viajes esporádicos, en días desencantados en la vida de los hermanos: a la golpiza paterna, por el descaro de pretender ser becado por el Conservatorio de Música de Santiago, en atención a su voz esplendente, se sumaba la suspensión de ayuda económica a Neruda por el desatino de su deserción a los estudios de Pedagogía en Francés, en aras de su vocación poética: don José del Carmen, el padre brusco —como lo definiera eufemísticamente el poeta—, deseaba hombres productivos, y no artistas viciosos y libertinos.
Rodolfo se alojaba donde Orlando Mason, el hermanastro no reconocido de ambos, fundador del diario “La Mañana” de Temuco y poeta. Desde esa casa salían los hermanos a recorrer la noche de Santiago, cuando la bohemia artística era habitada por ciertos hijos pródigos del infierno y la esperanza.Sabido es que la generación del 20 fue diezmada por el alcohol y la morfina. Jorge Edwards, en su última novela, añade fumaderos de opio santiaguinos a la escena.
Las calles olían al gas del alumbrado, y pasado el atardecer, un efluvio de tabaco y tango señalaba el sendero hasta el mundo chambreado del sueño. Rodolfo regresaba al sur enamorado de buenas samaritanas, quienes transmutaban lágrimas en carcajadas, en esos antros generosos de calle Eyzaguirre, o de Bandera, o San Pablo.
Era el mundo de El habitante y su esperanza, antes de ser escrito, y antes de la partida de Neftalí a los paupérrimos consulados de Oriente, verdadera salvada de los excesos que a muchos llevó volando a la tumba, parafraseando sin rigor al poeta en su elegía al autoinmolado compañero de juergas, Alberto Rojas Jiménez.
Ya por esos días varios de los poemas de Residencia en la tierra habían sido publicados, y presumimos que la mayor parte de las primeras versiones del resto de los poemas ya existían.
La presencia silenciosa de Rodolfo en Santiago no es mencionada en las múltiples biografías del poeta.Para ser sinceros, casi siempre la vida familiar de Pablo Neruda ha sido omitida, salvo cuando es útil a las particulares convicciones de biógrafos, más empeñados en difundir su propia interpretación que una mirada objetiva. O como señaló Manuel Vázquez Montalbán refiriéndose a un infalible nerudiano, que se encaramó a los hombros del poeta para que lo vieran de más lejos.
Una figura impoluta, no relacionada con una familia pobre del sur, en la que el discurso revolucionario es una suerte de excentricidad, más que convicciones éticas, es por cierto funcional. Sobre todo a los requerimientos del merchandising interesado en difundir una imagen domesticada e inocua del poeta. En calle Maturana, cerca del Instituto Pedagógico, Rodolfo y Neftalí trepaban por alguna ventana de la casa de Orlando Mason, a horas imprudentes.
Repuestos ya de la resaca, Rodolfo tomaba el tren de retorno a Temuco. Neftalí lo hacía a una miserable pensión en calle Argüelles, primera pieza independiente alquilada por el poeta, ensoberbecido de su independencia y su pereza.
Pablo movía la cabeza recordando cuando Rodolfo le hablaba de cubrir en bicicleta el tramo Temuco-Valparaíso, cuando la carretera aún no se construía. Rodolfo miraba comprensivamente desde la ventana del vagón a su hermano empeñado en irse a Oriente. Cuando se abrazaron en el andén de la Estación Central, aún no sabían que ambos darían cumplimiento a sus sueños.

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