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Editor: Neville Blanc

Sunday, February 28, 2010

Eugenio Yevtuchenko, uno de los poetas más conocidos de la Unión Soviética en los años sesenta y setenta




Edwards, Jorge
La Segunda Viernes 26 de Febrero de 2010
Eugenio Yevtuchenko en la Isla

Hay cuestiones de lenguaje que no consigo entender y que ahora, en época de congresos de la lengua, me parecen de una vigencia interesante. Si uno se permite criticar a una familia gobernante que lleva cincuenta años en el poder, que encarcela a sus adversarios, que no permite salir del país ni entrar sin obtener complicadas autorizaciones administrativas, que amordaza el pensamiento, que ha provocado la más desastrosa ruina de la economía, uno es un reaccionario, un retrógado, un agente del imperialismo, y ellos, los responsables de ese desastre, son verdaderas vestales revolucionarias. En buenas cuentas, el dogmatismo político manipula el lenguaje, lo controla, hace que las palabras signifiquen exactamente lo contrario de lo que es su sentido natural, normal, y los innumerables ingenuos, los tontos útiles, además de una muchedumbre de personajes oscuros y astutos, aceptan esta manipulación y hasta la aplauden. Hace ya cerca de cuarenta años, cuando llegué en misión diplomática a La Habana, todos los letreros, las consignas, los mensajes radiales hablaban del primer territorio libre de América. Pues bien, las conversaciones en sordina de los escritores y artistas, los chistes de la calle, las expresiones y los gestos reprimidos indicaban precisamente lo contrario. ¿De qué libertad me hablan?, parecían decir. Sin embargo, el doble lenguaje, la formidable trampa verbal que ellos llamaban Revolución se mantiene todavía contra viento y marea.

Veo con enorme simpatía, con un sentimiento de solidaridad, el intento de Yoani Sánchez, la conocida bloguera de “Generación Y”, de viajar a Chile al V Congreso Internacional de la Lengua. Creo que deberíamos ayudarla en forma seria, comprometida, para que venga, y que su presencia haría que el encuentro de Valparaíso tenga un sentido mayor. Por desgracia, dudo de dos cosas: de que los gobiernos hispanoamericanos, y el chileno entre ellos, se la jueguen de verdad para que esto ocurra, y de que el gobierno cubano actúe en su caso de una manera más flexible. En todo esto intervienen prejuicios, lugares comunes, fijaciones más o menos románticas, además del antiamericanismo primario y de siempre. Por supuesto, los norteamericanos, por su lado, actúan con ceguera, con intransigencia, con una obstinación que no les ha dado el menor resultado en cincuenta años y que ellos mantienen con poca racionalidad. De todos modos, el hecho de perseverar en un anticuado, anacrónico conflicto con los Estados Unidos, ¿justifica que hagamos la vista gorda frente a los atropellos, los abusos, los dogmatismos más autoritarios y extremos? Es probable que el Presidente Lula piense que su visita oficial a Cuba es una exigencia de su liderazgo latinoamericano, pero tengo serias dudas al respecto. La Revolución es longeva, como lo es su caudillo histórico, pero no es ni podría ser eterna. Basta observar a gente como Yoani Sánchez; como Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano de Liberación; como el poeta Raúl Rivero, exiliado en Madrid, o como el ensayista Rafael Rojas, residente en México, para pensar que el porvenir seguramente les pertenece a ellos, no a los otros. Puede que Lula, en consecuencia, tenga una razón pasajera, transitoria, y se equivoque medio a medio, sin embargo, con respecto al largo plazo.

La muerte de Orlando Zapata Tamayo, encarcelado por razones exclusivamente políticas en 2003, condenado a 25 años de prisión, pena feroz, desproporcionada, medieval, después de una larga huelga de hambre en protesta contra las torturas y los malos tratos de la cárcel, debería hacernos reflexionar, si es que somos capaces de una reflexión propia, no inducida por consignas, por razones políticas menores, carentes de todo vuelo. Me pregunto si el Presidente Lula dirá algo sobre este asunto, si hará algún gesto, por lo menos, a la disidencia. Está claro que Orlando Zapata no era un enemigo del pueblo, un agente de fuerzas oscuras: era un hombre humilde y orgulloso, que había pedido “que lo dejaran vestir la ropa blanca del disidente, no el uniforme del recluso común”. ¿Creen los lectores, después de tantos años y de tantas décadas, que todo esto son cuentos, propaganda imperialista? ¿No salta a la vista, para cualquier observador de buena fe, que hay mucho más verdad, más humanidad, ideales más nobles, en los disidentes arrinconados o encarcelados, en una bloguera solitaria, en el frágil y heroico pelotón de las damas de blanco, que en los personajotes oficiales?

Eugenio Yevtuchenko, uno de los poetas más conocidos de la Unión Soviética en los años sesenta y setenta, viajó en días recientes a La Habana a presentar una antología de cincuenta poemas suyos. Es un viejo amigo, a quien conocí en el Santiago de la década de los sesenta y encontré después en diversos lugares. Hace menos de un año comimos en Santiago en un restaurante de comida sazonada, exagerada, que no pudo comer y que odió desde el fondo de su alma eslava, pero el encuentro nos permitió ponernos un poco al día. Conozco detalles de su paso por Cuba de ahora por una persona que lo acompañaba, profesor, traductor y poeta chileno. En mi época, los escritores cubanos se enorgullecían de ser amigos suyos, lo alababan, lo adulaban en forma descarada. En su visita de estos días, Roberto Fernández Retamar, ministro de Cultura, ex admirador suyo, no respondió a sus llamados y lo ignoró en forma escrupulosa. Tampoco pudo hablar con otros escritores de este momento. Sólo fue entrevistado por una muchacha de Granma que no sabía muy bien quién era y quién había sido. La censura de antes se ha transformado ahora en un astuto ninguneo. Si eres persona poco grata, te convierten al poco rato en no persona. Así es el primer territorio libre de América: es la residencia del Hermano Mayor vigilante e implacable de que nos hablaba George Orwell. Yevtuchenko, el poeta de Baby Yar, obra llevada a la música en una sinfonía monumental de Dimitri Shostakovitch, no lo creía antes de regresar a la isla, y me dicen que ahora le costaba creerlo, que tenía la impresión de estar soñando. Habrá que esperar, digo yo, que aparezcan y se traduzcan sus próximos poemas. Veremos al gran Yevtuchenko de antaño deambulando como fantasma por una ciudad de un pasado irrecuperable.

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