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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Sunday, September 04, 2011

LA ETERNA CRISIS CHILENA



El Mercurio Domingo 04 de Septiembre de 2011
Mira lo que tienes
Bernardino Bravo Lira
Academia Chilena de la Historia
Universidad de Chile

Si algo caracteriza a Chile es su capacidad de recuperación. Vive rehaciéndose. Toda su historia se reduce a eso. Sus grandes realizaciones se forjan como respuesta a trágicos desafíos. Su sino parece ser crecer ante la adversidad. Así sucede desde que Michimalonco arrasó la naciente ciudad de Santiago en 1541 hasta la eterna crisis chilena, diagnosticada en 1901 por Mac Iver, superada sólo a partir de 1980 por el actual despegue. Un diario europeo titulaba el mes pasado: Agitación en el país modelo de Hispanoamérica. Hay malestar, como en tantas partes, eso es evidente, pero en su caso lo que lo convierte en noticia es el hecho de que Chile es un modelo. Hay que desentrañar la ley de nuestra historia nacional. Se ha dicho que el verdadero lema de Chile es el de su primera moneda: nomina magna sequor. Como los deportistas, va tras metas más altas. Hasta una novísima universidad llama a ir por más. No sin razón. Conformarse con lo que se tiene equivale a renunciar a alcanzar lo que no se tiene. Querer salir de la situación actual es la primera condición para lograrlo. Querer salir de la situación presente es condición para lograrlo. Parodiando a San Juan de la Cruz, diremos: mira lo que tienes si quieres llegar a lo que no tienes.

Estas reflexiones vienen muy a cuento ahora que se acerca el cuarto centenario de nuestra universidad, con la que culminó el primer gran despegue de Chile a raíz del desastre de Curalaba en 1598 y la pérdida de las siete ciudades del sur del Biobío, la parte más rica y poblada del reino. Si no preparamos desde ahora —en que una vez más nos encontramos en un Chile emergente— una digna conmemoración del primer despegue, ese aniversario, en lugar de dar mayores ánimos, pasará tan inadvertido como un funeral de segunda.

Las dos décadas iniciales del siglo XVII, 1601-1622, fueron claves: vieron nacer la dupla Presidente-Judicatura, el ejército permanente y, como broche de oro, la Universidad de Santo Tomás. Se instaló con la mayor solemnidad el 19 de agosto de 1622 y a partir de ese mismo año comenzó a otorgar grados. Los estudios duraban cinco años y debían ser como los de las otras universidades. Entonces sólo las había en Europa y en Hispanoamérica. Pocos países pueden exhibir como Chile una universidad de tan larga vida. Bajo diversos nombres y estatutos —Santo Tomás, San Felipe, de Chile— ha cumplido sin interrupción su papel de proporcionar al país un núcleo dirigente propio, a través de generaciones y generaciones de graduados.

Resulta paradójico, por decir lo menos, que no se repare en el hecho de que nuestra universidad es la tercera más antigua del continente. Claramente es una excepción, frente a todas las anteriores que desaparecieron.

Pero lo que se desconoce no es sólo el aporte de la universidad a la forja de la nación, sino también a los hombres del primer despegue. Sin duda el más grande entre los chilenos de la época es Alonso de Ovalle (1603-1651), testigo y protagonista del mismo desde sus primeros destellos. Al revés de lo que ocurre con los llamados padres de la patria, vio y vivió no la independencia de la patria sino el surgimiento, junto con el de la universidad. De niño en Santiago vio a los soldados del flamante ejército que alborotaban el vecindario cuando venían de franco a la capital y contempló también el espectáculo grandioso e inolvidable de la instalación de la Audiencia y el primer Presidente. A los 19 años, por hallarse lejos de Santiago, no pudo asistir a la instalación de la universidad, saludada por el repicar de campanas de todos los templos de la capital. Santiaguino de tomo y lomo, Ovalle sentía en el alma lo que algunos chilenos sienten hasta hoy, que su patria esté en el confín del mundo, tan alejada de los grandes centros europeos, y que su tierra, su gente y los grandes hechos de su historia fueran hazañas tan desconocidas. Este sentimiento espoleó su genio y compuso, como pudo, su Histórica relación del Reino de Chile, destinada al público europeo. Adornada con mapas e ilustraciones fue impresa en 1646. Claramente, lo valioso en esta obra no es su contenido, sino el lenguaje castellano de su autor, que lo consagró como el primer clásico de la lengua nacido en América.

Esto nos permite volver al Chile actual, que a veces no mira lo que tiene. Aquí y ahora, Ovalle es prácticamente un desconocido. Sólo unos cuantos especialistas saben de él. Más se conoce a la Mistral y a Neruda o, en el mejor de los casos, a Octavio Paz y Vargas Llosa, por lo demás, muy afines a su barroquismo. Ovalle no tiene una estatua, una plaza, una ciudad que lleve su nombre. La de ese nombre, recuerda a su pariente, el Presidente amigo de Portales que reposa junto a él en la Catedral. Los textos escolares no lo mencionan y en la enseñanza media no hay lugar para él.

Este es sólo un botón de muestra. No se trata de recuperar a Ovalle. Eso es mucho, pero es poco. Lo que el actual despegue de Chile invita a recuperar es el país mismo, cuyo verdadero talón de Aquiles no está tanto en los medios de vida como en las razones para vivir. No sabe lo que tiene, no sabe lo que es. Ese sentido del cuarto centenario. Poder decir con Virgilio Chilene memento: haec sunt tuas artes. Hablando de tener, hay algo que está a la mano, nada menos que los retratos de época de los tres rectores, que iniciaron cada etapa de la universidad, todos chilenos: Salvatierra, Ruiz de Azúa y Meneses, el antecesor de Bello. Una modesta estampilla de correos con sus efigies podría ser una señal de partida. Al menos eso se hizo en el Perú para el segundo centenario de la Universidad del Cuzco.

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